martes, 15 de octubre de 2013

El JUICIO: LA MAYOR HAZAÑA CIVIL DE LA SOCIEDAD ARGENTINA

"Quien olvida su historia está condenado a repetirla"
Marco Tulio Cicerón[1]

“…FUE LA MAYOR HAZAÑA CIVIL DE LA SOCIEDAD ARGENTINA”
Palabras de Pepe Eliaschev [2] y [3] y al presentar su libro “Los hombres del juicio” en el auditorio principal de la Universidad Católica de Santiago del Estero, el 10 de octubre de 2012, organizado por el Instituto Moisés Lebensohn.[4]

“Para mí es una alegría muy grande la posibilidad de recorrer el país y de recorrerlo de manera honorable, hablando, dialogando, planteando ideas, escuchando inclusive matices diferentes. Parece llamativo tener que regocijarse de la posibilidad de dialogar. Es sintomático, además de llamativo. Si nos llama la atención que personas, como las que están acá, hayan tenido la enorme gentileza de acercarse a este auditorio tan cálido de la Universidad Católica de Santiago del Estero, si hay personas que se congregan para escucharse y respetarse, uno se ilusiona con que esto debiera ser lo rutinario. Sin embargo, desafortunadamente, hay una fuerte tendencia en la Argentina a que el diálogo sea remplazado por lo gritos, y el intercambio de ideas por la descalificación. La coexistencia del punto de vista diferente, en cambio, se suprime, en aras de un pensamiento único.

En cada ocasión que me toca presentar Los hombres del juicio,[5] hago inconscientemente un esfuerzo grande para no repetirme y no “poner un cassette”(sic)[6]. Porque hay una historia que está contada en el libro, que, como todo libro, necesita ser leído. Puedo, desde luego, y lo voy hacer, resumirlo, sintetizarlo y de alguna manera proyectarlo, pero no puedo leerlo por ustedes. Es un libro de casi 500 páginas, pero además del producto tangible de papel, cartulina y tinta, hay una historia, un contexto y un momento. Cuando el libro salió, hace exactamente un año, era un momento, hoy es otro, parecido, pero diferente. Entonces, hoy, en octubre de 2012, aquí, en Santiago del Estero, las cosas que les puedo decir, son las siguientes.

Se nos viene predicando hace largos años a los argentinos, de diferentes maneras y con diferentes herramientas, que tenemos que hacer memoria, que no hay sociedad que se pueda sostener, subsistir y progresar elementalmente, si no recuerda de dónde viene y qué es lo que ha vivido. Es un programa totalmente digno de ser tenido en cuenta. ¿Cómo alguien puede negarse a la memoria? Cada comunidad, cada colectividad, cada pequeño grupo tiene sus propias historias, que atesora y de las cuales cree extraer lecciones para que no se repitan las malas experiencias y se perpetúen las buenas. Parecería, en consecuencia, una propuesta anodina por lo obvia. Claro que sí, ¿cómo no vamos a tener memoria?, ¿Cómo no vamos a recordar?, ¿Cómo no vamos a evocar los errores que hemos vivido, las dificultades que hemos afrontado y los logros que hemos acumulado?

Sin embargo, en el escenario específico de la Argentina de estos últimos doce años, la incitación a la memoria ha venido de la mano de un discurso muy particular que, en gran medida, explica el por qué de este libro. Porque si bien, como advierto en la introducción, me considero solo un periodista, tal vez con ínfulas de historiador, pero nada más que eso, un cronista, a menudo el azar y las circunstancias intervienen en la vida. Hay libros que he escrito porque me lo propuse; los programé, los pensé, requirieron mucho trabajo y finalmente fueron publicados. Éste es, en cambio, un libro que “llegó” a mi vida, casi como un hijo no programado y, sin embargo, tan querido como si hubiera sido planificado.

¿Cómo llega a mi vida este libro, por qué acepto el desafío de escribirlo y cómo me transforma este libro, escrito y producido con una pasión que no creo haber sentido con otros libros míos? Desde luego, Lista Negra, en 2006, es un libro apasionado, surgido en un momento muy difícil de mi vida privada y profesional, pero Los hombres del juicio se vincula con mi historia personal como hombre de aquella generación, al que no le contaron las cosas, sino que las vivió como periodista, como ciudadano, como hombre politizado. Al juntarse estas dos instancias, nace este libro.

En cada ocasión, en cada momento, toda presentación de un libro permite o evoca situaciones diferentes. Ahora, en octubre de 2012, la idea de la memoria, recordar de dónde venimos en lo inmediato, se asocia en la Argentina no solamente con un discurso vagamente de modo, sino con un preciso programa de acción gubernamental.

El disparador central de Los hombres del juicio es, en lo personal, haber sido convocado por los señores jueces de la Cámara Federal[7] para escribir esa historia. Más que para escribir un libro, me pidieron que escuchara lo que ellos mismos querían contar. “Necesitamos contar nuestra historia. ¿Contamos con tu oído? ¿Estás en condiciones de escucharnos y, de algún modo, ayudarnos a reconstruir esto?”. Dije que sí. De todos modos, esto ya estaba inscripto en mí desde cuando, allá por 2004, escuché al entonces presidente de la Nación, como lo escuchamos todos, pidiendo “disculpas” por los veinte años de lo que llamó “el silencio de la democracia en materia de derechos humanos”.

Tuve durante largos días la sensación de haber enloquecido. ¿De qué silencio hablaba Néstor Kirchner, un presidente al que no había votado, pero al que había conocido cuando ya ejercía el cargo en la Casa Rosada, con el que había dialogado y al que le había deseado, naturalmente, éxitos? Kirchner había logrado inicialmente, de parte mía, una escucha. Me parecía atendible lo que decía. Aquella Argentina de 2003 era un muerto clínico, un país cuyo cardiograma daba una línea recta. Ésa era la Argentina de 2003. ¿Cómo no desearle éxito a un compatriota que había sido votado por apenas el 22% de los ciudadanos pero que se disponía a encarar la reconstrucción de la Argentina, o a continuar lo que ya había comenzado, meses antes, otro presidente? A los pocos meses, la vida me y nos golpeó cuando se lo escuchó a Kirchner decir desde el predio de la Escuela Mecánica de la Armada que pedía “disculpas” en nombre de un inexistente “silencio” de la democracia. Me dije, como muchos, ¿qué silencio?, ¿qué disculpas?, ¿qué democracia? O me habían contado una historia inexistente o yo no había estado en la Argentina cuando regresé del exilio con mi familia y pude asistir al desarrollo de un juicio a los integrantes de las juntas militares que habían gobernado durante siete largos años a nuestra patria.

Después me di cuenta de que lo de Kirchner no era un acto fallido, era un programa de acción. Para Kirchner, el país había comenzado en mayo de 2003 y para atrás de esa fecha casi nada servía. Sin embargo, antes de Kirchner, este país, en lo tocante a esta temática, había hecho algo excepcional. Yo estaba seguro de que era algo excepcional, histórico. Presumía (y al escribir este libro así lo verifiqué), que era algo sin precedentes. Sin embargo, se hablaba, allá por los años ’80, del juicio de Nüremberg tras la Segunda Guerra Mundial, y se decía que el juicio a las juntas fue el “Nüremberg argentino”.

Nüremberg es la ciudad alemana en donde nació el nazismo entre fines de los años ’20 y comienzos de los años ‘30 del siglo XX. Los primeros grandes actos de Hitler en la década del ’30 fueron en Nüremberg, y fue en Nüremberg, con la Alemania nazi ya derrotada, rendida, capitulada y ocupada, donde se organizaron los grandes juicios a los principales criminales de guerra nazis. Por eso, lo del “Nüremberg argentino” es una frase hecha sin sentido, que compara el merecido juicio a los criminales de guerra nazis, sustanciado en suelo alemán, naturalmente que con leyes de los países vencedores, por jueces norteamericanos, soviéticos, ingleses y franceses. Alemania era en 1946 un país ocupado y esos jueces habían sido designados por las potencias ocupantes. La Argentina de 1983, en cambio, no era un país ocupado. Era un país que acaba de sacarse de encima un régimen nefasto y comenzaba a recorrer lentamente, con muchísimas dificultades, el camino del regreso de la refundación de la democracia. Eso fue lo que sucedió de verdad.

Eso es este libro: respondo básicamente a esta convocatoria, tanto desde el punto de vista histórico como desde el punto de vista político. No solamente para desmentir que no hubo ningún silencio antes de 2003. En todo caso, sin pretender ser psicoanalista de ningún presidente, el pedido de disculpas de Kirchner habla de su propio silencio: fue él quien permaneció en silencio durante la dictadura militar. La historia demuestra que entre 1983 y 2003, nada menos que durante veinte años, no hay registro de que Kirchner y su esposa hayan tenido ninguna preocupación personal por los derechos humanos.

Los hombres del juicio fue escrito para hacer frente a esta utilización nefasta de la memoria, consumada para entusiasmar a las generaciones jóvenes, al precio de una distorsión colosal de lo que sucedió realmente. Quienes hemos tenido y tenemos pasión por la historia argentina sabemos que esa historia, como las de cualquier otro país del mundo, admiten diferentes versiones. Hoy, en una Argentina especialmente crispada, la discusión sobre la revisión de la historiografía es permanente. Podemos encontrar en los viejos países de Europa, o en la propia América Latina, escuelas diferentes y pensamientos matizados, pero no conozco otro país en el que la revisión rutinaria de la historia sea una actividad hecha tan fervorosamente como en la Argentina. Recuerdo que en la escuela secundaria vivíamos un enfrentamiento permanente entre rosistas (“nacionalistas”) y antirrosistas (“liberales”), con frecuentes apelaciones a supuestas líneas históricas (San Martín, Rosas, Yrigoyen, Perón, por ejemplo) y en un permanente debate sobre qué sucedió de verdad en el pasado.

En Los hombres del juicio los jueces cuentan su historia, pero para contarla lo hacen como si estuvieran hablando del presente. No sucede a menudo. No le pasa con frecuencia al periodista o al cronista que se crucen de manera tan maravillosa estas dos circunstancias: contar algo que sucedió, y que tiene mucho que ver con lo que está sucediendo. Porque, ¿qué pasó con esa utilización oportunista de la memoria hecha por el Gobierno? Era parte de la construcción de lo que, años más tarde (ya estamos hartos de esa palabra) formó parte del llamado “relato”. Para el Gobierno, en la Argentina todo comenzó en 2003. Antes, hubo veinte años de silencio. No hubo juicios. No se castigó a nadie. No se juzgó a nadie. No se investigó a nadie. Llegaron los Kirchner y recién entonces comenzó la justicia, se reanudaron los juicios, se investigó y se castigó. Era indispensable y necesario que esta historia fuera contada, porque los que no la vivieron, los más jóvenes, inexorablemente arrastrados por el machacar de la publicidad oficial, podrían llegar a convencerse de que, efectivamente, la historia es lo que se está contando ahora desde el poder. A los argentinos no nos “pasaron” cosas. Yo rechazo esa forma verbal, “nos pasaron”. Los argentinos somos responsables, por omisión o comisión de nuestra historia, de nuestro pueblo. ¿Somos responsables de Videla? ¿Los alemanes fueron responsables de Hitler? ¿Los rusos lo fueron de Stalin? No en un sentido literal. No se tome la frase al pie de la letra. No estoy diciendo que los pueblos sean siempre las víctimas culpables de los regímenes abominables que se encaraman sobre ellos.

Este libro explora una serie de antecedentes internacionales poco citados, incluyendo regiones situadas en las antípodas de la Argentina, como por ejemplo un país de apenas ocho millones de habitantes, en Extremo Oriente, llamado Kampuchea o Camboya (su vieja denominación), donde fueron asesinados tres millones de habitantes. Tres millones fueron masacrados por un régimen maoísta para el que era necesario crear una sociedad “nueva”, eliminando todo lo se estimaba podrido en esa sociedad. Fue un terrible genocidio. No creo, en cambio, que, en sentido estricto,  haya habido un “genocidio” en la Argentina; aquí hubo una cruel matanza, lo que es terrible, pero diferente. Uno imaginaría que luego de un genocidio como el de Kampuchea (tres millones de personas sobre ocho millones de habitantes), deben haber habido juicios fenomenales. No los hubo. Mientras escribía este libro, terminaba el único juicio hasta ahora conocido de uno de los criminales de guerra de Kampuchea, que ya tenía casi 90 años y sigue siendo el único procesado. Esto me hizo pensar sobre la excepcionalidad argentina.

Si he sido y soy a veces tan inconformista, tan exigente para con nosotros, tan poco dispuesto a creer que seamos maravillosos, aquí me encontraba con un episodio fenomenal de nuestra historia reciente. Fenomenal por donde se lo mire. Hay que hacer un esfuerzo por situarse en la Argentina del 10 de diciembre de 1983. Se retira del gobierno un régimen nefasto, tras siete largos años de haber llevado al país a una guerra, haber provocado una debacle económica y social, modificado de manera irreversible y nefasta la estructura de la economía argentina, y haber ejecutado una técnica de guerra sucia antisubversiva que terminó con una matanza sin precedentes, asociando para siempre a la Argentina con una palabra que antes no existía: desaparecidos. Ese gobierno se derrumba, en gran medida por sus propios errores, disparates, diferencias internas, corrupción y también, desde luego, por la resistencia que lentamente le oponía la sociedad civil, sobre todo después de la derrota de Malvinas.

Pero el gobierno que salió electo al cabo de esa dictadura, tras verificarse la primera derrota electoral del peronismo en su historia política y en democracia, llega a la Casa Rosada sin tener control del Senado. Episodio central: sin mayoría en el Senado, el presidente Raúl Alfonsín sólo la tenía en la Cámara de Diputados. Sin embargo, a las 48 horas de prestar juramento como presidente de la Nación con un país destruido en el cual la guerra de Malvinas había sucedido prácticamente “anteayer” y los mandos militares eran esencialmente los mismos que habían gobernado el país durante siete años, este individuo, este presidente de la Nación, firma un decreto ordenando que comiencen los trámites para juzgar a las juntas. Son dos decretos, en realidad: uno dirigido a juzgar a las juntas militares y otro, a menudo olvidado, a las cúpulas de las organizaciones guerrilleras. Ésta es la historia. Habían pasado solo 48 horas de jurar como presidente, durante las cuales firma también un decreto anulando la autoamnistía que los militares se habían concedido a sí mismos, una autoamnistía aceptada por el candidato presidencial del Partido Justicialista, Ítalo Luder. Pese a esto, el presidente Alfonsín invita al Dr. Luder a que presida la Corte Suprema de Justicia. Luder se niega.

El presidente Alfonsín funda de inmediato una Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). El justicialismo se niega a integrarla. Y comienza el juicio. Sobre la base del informe de la CONADEP, de la que no participó el justicialismo, se llega a la estimación: hubo más de 8000 desaparecidos. Sobre ese informe, sobre los hallazgos de ese informe, sobre esas 8000 historias de vida, cuyo destino fue consignado por el informe de la CONADEP, se edificará el alegato histórico de Julio Strassera, al que le dedico dos largos capítulos de mi libro.

Strassera estructura su alegato sobre los datos recabados por esa CONADEP de la que no había formado parte el justicialismo. Estas fueron las condiciones reales. En 1985 se llega a la sentencia final, a mi modo de ver uno de los capítulos más vibrantes del libro, porque tras la famosa oración de Strassera (“Señores jueces: Nunca más”) la Cámara finalmente emite su veredicto, detallado en el libro.

La Cámara Federal condena a uno por uno a los procesados. En muchos casos, no condena lo que no puede condenar. Porque, ¿cuál era la única herramienta legal con la que la Cámara contaba? Los jueces solo pueden administrar justicia con la ley existente al momento de consumarse un delito. No se puede inventar una ley para delitos perpetrados antes de esa ley. Hay que manejarse con la jurisprudencia existente. ¿Qué había en enero de 1984 en la jurisprudencia argentina? El Código Penal del siglo XIX. No existía la figura de crímenes de lesa humanidad. No existían los tratados de San José de Costa Rica. Todo era “a pico y pala”. ¿Qué hace, pues, el fiscal Strassera? ¿Cómo hace para demostrar los crímenes y llevarlos ante la Justicia?

Es que, en verdad, no consta que, con sus propias manos, Videla torturó o mató, ó que Massera torturó o mató. Dieron las órdenes para que otros lo hicieran, pero ¿eso se puede demostrar? La Justicia tiene que recoger pruebas documentadas, no puede limitarse a acusar con el dedo y condenar. Recoge testimonios y acredita documentos que le permitan al tribunal decidir que el personaje acusado es responsable y culpable de un delito. Al culpable le corresponde una pena. Pero, ¿con qué criterio se aplica? Otra vez, con lo que hay, “a pico y pala”. Estamos 1984 y solo existe en vigencia el Código Penal de una época previa no solo a la televisión, o a Internet, sino a la propia radio.

Reproduzco en el libro fotos conmovedoras tomadas durante un juicio durante el cual no existía Internet, y casi no existía la TV por cable. Esa Argentina de hace treinta años era, comparada con 2012, precámbrica. Los juicios se sustanciaban escribiendo la documentación en máquinas de escribir y los expedientes se cosían con hilo. En esas condiciones heroicas, con unas fuerzas armadas cuyas cúpulas estaban prácticamente intactas, se llevó adelante la causa. Hay que ver las fotos para ver cómo se presentaban ante la Cámara personas como Massera, Videla, Viola y los otros, de uniforme, sonrientes, engominados. No se imaginaban lo que habría de suceder. ¿Cuál es la sabiduría histórica con la que maneja el fiscal Strassera? Él sabe que son culpables, son asesinos, pero no basta con que lo diga, debe demostrarlo. Así se construye el concepto de la “autoría mediata” de los crímenes. No solamente asesina quien lo hace con sus manos, sino que el que da la orden explícita de mandar a asesinar. Pero para que esto pueda demostrarse, es necesario acreditar ante la Justicia la cadena de responsabilidades que van de la orden al acto. ¿Cómo demostrar la responsabilidad de un presidente? Videla resultará convicto como el homicida de 63 seres humanos. ¿Por qué “sólo” 63 homicidios? ¿Es que acaso Videla sólo mato 63 personas? No. Mandó a matar a muchos más, pero la Justicia solo pudo certificar sus “huellas digitales” como autor a la distancia de 63 asesinatos.

Es muy fácil acusar de “silencios”, de impunidad, de leyes “del perdón” a lo actuado en esa época. Se juzgó en un escenario político donde, por ejemplo, el Senado era una cámara enfrentada al Gobierno, una época en la que hubo tres levantamientos militares contra el estado de derecho, un ataque terrorista a un regimiento militar (La Tablada, 1989) y, como si esto fuera poco, trece paros generales ejecutados por la CGT. Comparemos: ¿cuándo fue la última huelga general en la Argentina y cuántas hubo en los últimos diez años?

Esto me llevó, finalmente, a concluir, absolutamente convencido, de que el juicio a las juntas iniciado en 1983 fue la mayor hazaña civil de la sociedad argentina. Las cosas deben ser valorizadas y puestas en contexto en función del momento, no de cualquier manera y no en cualquier circunstancia. Esto es esencialmente lo que vine a decir y lo que dice Los hombres del juicio.

He aquí un episodio del que podemos sentirnos realmente orgullosos, porque la aspiración de aquel gobierno nunca fue juzgar a todos los criminales. Por supuesto, quedaron millares de delitos impunes. Claro que sí. Era inevitable. ¿Qué gobierno civil podría haber juzgado a siete, ocho, nueve mil oficiales de las Fuerzas Armadas, si cuando se produjo la primera rebelión carapintada no había tropas que formalmente respondieran a la Casa Rosada para reprimir a los insubordinados?

¿Por qué esta historia debía ser ocultada?

¿Por qué este logro general tenía que ser ninguneado?

¿Por qué este orgullo, que va más allá de un partido y es del estado de derecho de la Argentina, debía ser relativizado?

La actual Presidente ha llegado a decir que el Dr. Strassera fue un “juez de la dictadura”, justo ella, que jamás firmó como abogada “exitosa” ni un solo hábeas corpus en defensa de un desaparecido, como tampoco lo hizo su marido. Ante la necesidad de armar este famoso “relato” les fue entonces necesario suprimir situaciones, usando el “photoshop de la historia”. Una historia fue ignorada y cambiada como quien modifica una fotografía en un laboratorio digital, para que no se recordara, ni se tuviera en cuenta, hechos sucedidos.

La Argentina padeció y padece infinidad de tropiezos, derrotas, fracasos y frustraciones, muchas más que las que quisiera como argentino. Pero este juicio se hizo. ¿No fue suficiente? Fue lo que se pudo. ¿Se condenó a 14 y eran 2000 los asesinos? Es probable, pero en 1990, cinco años después del veredicto, un gobierno justicialista indultó y dejó en libertad a las personas condenadas. Los indultos que firmó un presidente justicialista no fueron solo para un puñado de personas, como Videla, Massera y compañía. Fueron más de 200 los indultados.

Quiere decir que la democracia, así y todo, rengueando, con una mayoría en una sola Cámara, y con un proceso político terriblemente adverso, había logrado condenar a 200 y había determinado algo importantísimo: el único crimen que no prescribiría es la desaparición de niños, la supresión de identidad. Para eso, nunca se admitiría el argumento de la obediencia debida.

Cuestión de acuciante actualidad, los argentinos todos los días atravesamos por esta curiosa situación: se está contando la historia desde un poderoso aparato estatal que maneja recursos como nunca antes hubo, controlando medios como nunca antes. Siguen claramente una decisión, una línea, un lenguaje y unas consignas que se aplican a lo largo y ancho de toda la República Argentina.

Este libro se inscribe, en consecuencia, en ese camino: recuperar verdades esenciales. Estaré reconocido toda mi vida para con estos hombres que me confiaron la historia sus vidas. En este libro se detallan sus peripecias existenciales. No es un libro de doctrina, soy solo un cronista. ¿Por qué es importante conocer sus vidas? ¿En dónde estudio Strassera? ¿En qué colegio? ¿Cómo era su familia? ¿Cómo se ganó la vida? ¿Cómo se hizo abogado? ¿Cómo llegó y fue su carrera judicial? ¿Quién era? ¿Cuál era su vida cuando lo llamaron y le dijeron que sería el fiscal del juicio a las juntas? Me pareció importante humanizar, personalizar, individualizar, a los actores de este proceso histórico, porque permite entender y contar nuestras propias vidas. ¿En qué barrio se criaron? ¿Sabían que Gil Lavedra fue cadete del Liceo Militar y antes de egresar participó de una toma de ese establecimiento? ¿Sabían que Arslanian, que por cierto es peronista, se agarró a trompadas con un oficial en la colimba? ¿Cómo llegaron? ¿Cómo juzgaron? ¿De dónde venían? ¿Qué silencios afrontaron? ¿Qué complicidades? Me pareció importante reconstruir este mosaico.

Ojalá que, en definitiva, estas páginas sean ayuda, consuelo y herramienta para que tengamos, al menos, la posibilidad de conocer la otra verdad, la otra historia, puesto que es imponente lo que hoy pasa en la Argentina en materia de distorsión sistemática de nuestra historia más inmediata. Desde el Gobierno quieren contar una historia falsa sobre hechos de hace un siglo, pero ¿pueden distorsionar hechos acontecidos hace treinta años? Ojalá que este libro les complique un poco las cosas.”
---------------





[1] Cicerón: (106-43 AC) Jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana.

[2] Pepe Eliaschev (Buenos Aires, 1945). Periodista de vastísima trayectoria. Actualmente, y entre otras participaciones periodísticas, tiene un programa radial los días hábiles, de 17 a 19 hs. en Radio Mitre (790). Anteriormente se desempeñó en Radio Nacional (870) durante la primera parte de la presidencia del Dr. N. Kirchner, hasta que alguna de sus opiniones (o muchas) provocaron que fuera despedido. Fue director de Radio Municipal (de la Capital Federal) (710 – emisora ahora conocida como “la 10”) durante la presidencia del, quizás, Dr. C. S. Menem,  precisamente en la época en que esa radio fue vendida al Sr. Marcelo Haddad, de presumible amistad con el Sr. Menem. El Sr Eliaschev elabora y propala una Nota Editorial en cada uno de sus programas. En otras épocas, en su programa la propalaba 2 veces. En esta temporada lo hace pasadas unos minutos las 18 hs. (cosa que muchas veces me hace demorar mi entrada al ISFD, ya q suelo escuchar esas notas). La página web del Sr Eliaschev es: http://www.pepeeliaschev.com/ Y encabeza esa página con estas palabras: “Éste es mi sitio en la web. Es un seguro contra incendios. Es un cuaderno de bitácora. Es un plan de ruta que muestra lo recorrido. Es una fe de erratas. Es una manera de rendir cuentas. Despliego mis trabajos en un sitio web desde 1995. Aquí está todo lo dicho, escrito y mostrado por mí estos años. Puro trabajo. Transparencia total.” Recomiendo visitar; esa página cuenta con un buscador que facilita la investigación de los múltiples temas tratados.

[3] NOTA ER: No siempre estoy de acuerdo con este periodista. Muchas veces estoy en franco desacuerdo. En ocasiones, hasta me irrita su postura. Pero algunas otras veces sus opiniones me parece de una claridad luminosa (¿o será de luminosa claridad?) Otro de los atractivos que encuentro en sus discursos es el manejo excelente que hace del idioma castellano. Como decía más arriba, a veces me irrita… aún usando muy bien el castellano.

[4] Moisés Lebensohn (Bahía Blanca, 12 de agosto de 1907- 13 de junio de 1953) fue un periodista, abogado y político argentino que dirigió la Juventud Radical y más tarde fue uno de los fundadores del Movimiento de Intransigencia y Renovación o M.I.R y si bien nunca alcanzó cargos públicos de gran relevancia, es considerado como uno de los ideólogos fundamentales del sector de la intransigencia de la Unión Cívica Radical.

[5] Juicio: Con la sola palabra “juicio” el Sr. Eliaschev hace referencia al “juicio a las Juntas”.  Se conoce como Juicio a las Juntas el proceso judicial realizado por la justicia civil (por oposición a la justicia militar) en la Argentina en 1985, por orden del presidente Raúl Ricardo Alfonsín (1983-1989) contra las tres primeras juntas militares de la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) debido a las graves y masivas violaciones de derechos humanos cometidas en ese período.
La sentencia condenó a algunos integrantes de las tres primeras juntas militares a severas penas. Éstos fueron indultados en 1990 por el presidente Carlos Menem. A partir de 2006 la justicia comenzó a declarar inconstitucionales los indultos decretados.
El 15 de diciembre de 1983, cinco días después de asumir como presidente, Alfonsín sancionó los decretos 157 y 158. Por el primero se ordenaba enjuiciar a los dirigentes de las organizaciones guerrilleras ERP y Montoneros; por el segundo se ordenaba procesar a las tres juntas militares que dirigieron el país desde el golpe militar del 24 de marzo de 1976 hasta la Guerra de las Malvinas.
El mismo día creó una Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas CONADEP, integrada por personalidades independientes para relevar, documentar y registrar casos y pruebas de violaciones de derechos humanos, y fundar así el juicio a las juntas militares.

[6] Este es un error extraño. En una nota más arriba, yo ponderaba el correcto uso del castellano del Sr. Eliaschev. Pero, acá debo intervenir, la palabra castellana es “casete”: “(Del fr. cassette). 1. amb. Cajita de material plástico que contiene una cinta magnética para el registro y reproducción del sonido, o, en informática, para el almacenamiento y lectura de la información suministrada a través del ordenador.” RAE.

[7] Cámara Federal es el “nombre corto” de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Ciudad de Buenos Aires. Para la fecha del juicio a las juntas (Inicio: Cámara Federal es el “nombre corto” de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Ciudad de Buenos Aires. A la fecha del juicio a las juntas (Inicio: 22-4-1985; sentencia 9-12-1985) loss jueces eran: Torlasco, Gil Lavedra, Arslanian, Valega Araoz, Ledesma y D'alessio.

NOTA ER: En la premura de la hora, todas las citas cuyo origen no se ha señalado deben ser entendidas como obtenidas (quizás con tenues retoques) de la democrática Wikipedia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario